Historia de aquí: Al día en una hora Visual Basic 4
En 1996 pasaron muchas cosas. La más importante para mí fue la publicación de mi primer libro.
Era más bien un librito, de 1281 páginas. No era el primero que escribía, tuve la mala suerte de entregar mi Al día en una hora sobre Visual Basic 3 justo cuando Microsoft lanzó Visual Basic 4. La nueva versión incluía tantos cambios que, sin la ayuda de cierto maurciano, hubiese sido complicado, si no imposible, entregarlo a tiempo.
La serie Al día en una hora, publicada por Anaya Multimedia e ideada por Grupo ROS2, era de lo más interesante. Fieles a su eslogan, te enseñaban “lo mínimo que debes saber para estar al día”. Costaban 495 pesetas (unos 3 euros) y cabían en un bolsillo.
Cada libro de la colección seguía un “tema” distinto que el autor podía escoger. Estaba claro por dónde tenía que salir yo, algo de ciencia ficción. En un derroche de imaginación me decidí por Star Trek. En breve os contaré más sobre las consecuencias de esta decisión. Mejor aún, dejaré que sea otro quien os lo cuente.
¿Cómo empezó alguien como yo a escribir para Anaya? Simple: por casualidad. Y porque soy un enrea. El primer año de universidad fue decepcionante, me imaginaba que sería algo parecido a lo que Cervantes describía en “El licenciado Vidriera“. Aunque, ahora que lo pienso, no recuerdo qué idea de la universidad tenía, sólo recuerdo haber hecho cientos de veces esta comparación. El caso es que, además de estudiando, me pasé el primer año intentando averiguar qué se escondía tras cada puerta del campus.
Una tarde, paseando por uno de los pabellones para despejarme de tantas horas en la biblioteca, escuché algo muy extraño, fuera de lugar: ¡alguien estaba tocando el piano! Era en uno de los despachos que no conocía. Me acerqué a la puerta sin saber que lo que iba a encontrar cambiaría mi vida para siempre. Si no recuerdo mal (que seguramente sí) allí se encontraba un señor cano tocando un teclado, otro con gafas jugando en un ordenador y otro alto mirándoles. El del pelo blanco me invitó a pasar y allí me hubiese quedado toda la tarde si no fuese porque tenía clase. Acaba de conocer a George3.
El despacho de George era el lugar más atípico de toda la politécnica. La puerta estaba siempre abierta para cualquiera que quisiese asomarse. En el laboratorio éramos bienvenidos los más enreas del lugar. Se trata de una época que recuerdo con especial cariño. Cuando casi nadie sabía qué era Internet allí estábamos nosotros, con Gopher, Mosaic, utilizando unos ordenadores muy raros llamados Macintosh, montando Linux en un ordenador que podría llamarse Frankenstein4. Para alguien como yo, que había pasado toda su vida en un pueblo de poco más de cinco mil habitantes, aquello era lo más cercano al paraíso que podía imaginarse. Era lo que yo pensaba que sería la universidad.
Así que, cuando la gente de Grupo ROS le preguntó a George si conocía a alguien capaz de escribir estos pequeños libros, él dijo que sí. Preguntó a su grupo de acólitos quiénes estarían dispuestos para la misión, dimos un paso al frente, nos repartimos los temas disponibles y quedamos en vernos una semana después para la entrevista.
En una de las prácticas de primero de carrera, en lugar de crear mi propio sistemas de menús aproveché para aprender a utilizar las Turbo Vision5. Hubiese tardado menos en programar lo que necesitaba, claro, pero aprender cómo funcionaba todo aquello fue una suerte porque el siguiente paso lógico era que te picase la curiosidad por Visual Basic. El tema que me tocó para la entrevista fue ese, claro.
No era ningún experto pero había jugado bastante con la versión 3 de Visual Basic, de manera que aproveché esa semana para empaparme a fondo, estudiar lo que no aún no había tocado del entorno de desarrollo y preparar un índice de contenidos con lo que yo creía que debía contener un libro de esas características. Tras siete días me encontraba preparado, seguro de mí mismo, capaz de responder a cualquier pregunta, de comerme el mundo.
Cuando llegamos al lugar de la entrevista estaba, no hay mejor manera de expresarlo, cagado. De pequeño, si me preguntaban qué quería ser de mayor, empecé respondiendo que “cocinero, para poder hacer la comida si mis padres se divorcian”. Tan joven y ya preocupado por comer. Con los años, el amor a la lectura me hizo soñar con ser escritor. Si la entrevista salía bien podría ser algo parecido, de ahí los nervios.
Lo cierto es que no sé muy bien si fue bien, mal, o si sólo necesitaban desesperadamente a alguien capaz de hacer el trabajo, me gustaría poder ver qué ocurrió en realidad. En cualquier caso, aquella entrevista me brindó la posibilidad de escribir. El resultado, el pequeño libro de 128 páginas que os presenté antes. Con él empezó todo.
Y esto os lo cuento, nietecitos, que parezco el abuelo Cebolleta con una de sus batallitas, porque un amigo mío, Rafa Fatuarte, me envió hace ya algunos meses otra parte de esta misma historia, mucho más interesante, y me pareció necesario ponerla en el contexto que viví antes de compartirla con todos vosotros.
Actualización: a esto me refería.
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Los libros de esta colección tenían todos ese número de páginas. Como informático, siempre me ha parecido algo curioso. ↩
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Julián Casas y Joaquín Suárez a la cabeza, José María Delgado con ellos. ↩
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Creo que esto ocurrió allá por 1992. Desde entonces somos amigos, posiblemente porque nunca ha sido profesor mío. ↩
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Su monstruo, en realidad.))pero que se llamaba MZ ((¿Por qué? Puede que por Mazinger Z, o quizá porque los dos primeros caracteres de los ejecutables EXE de Windows eran, precisamente, esos. ↩
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Llamábamos a estas bibliotecas las turbovision. Alberto San Millán, compañero de fatigas, me prestó los manuales. Creo que fue la primera persona que conocí que pagaba por el software. ↩