Kindle: ¡sorpresa!
Me acaba de llegar una carta de un amigo. La parte más interesante es la siguente:
[…] He conseguido llegar al parque con mi caja bajo el brazo sin que nadie me detenga. El trecho ha sido largo, menos mal que saqué antes todas las pastillas de jabón. Planto la caja en el primer sitio plano y sin piedras a la vista que encuentro, me subo y grito: “¡Me gusta Kindle!”.
La mitad de los que hay allí me miran con furia. Saben de lo que hablo y no se lo pueden creer. Indignados, buscan entre la hierba algo que poder tirarme. “Menos mal que fui previsor”. Frustrados, se largan a otra parte. No sé si el resto del auditorio tiene la más remota idea de qué es Kindle o, simplemente, están demasiado asustados para moverse. Aprovecho su perplejidad para continuar con mi arenga, antes de que recuperen el control de sus cuerpos.
“¡Compatriotas, el libro ha muerto!”.
“¡ESO NO TE LO CREES NI TÚ!”, me espeta uno de ellos. Tras meditarlo un momento llego a la conclusión de que tiene razón. Sus argumentos me han convencido. Me bajo de mi caja, la cojo con cuidado y emprendo el camino de vuelta a la celda. Espero no haber cogido frío. […]
Estoy pensando qué decirle a mi amigo. Lo primero, que no se puede salir en pijama al jardín.
Yo lo tengo claro, Kindle es un cacharrito interesante. Uno de los primeros a la venta en utilizar tinta electrónica, lo que puede abaratar los precios de otros dispositivos similares, aún por venir. Utiliza la red de telefonía móvil de una manera bastante interesante que puede abrir puertas a muchas otras aplicaciones. Aunque también tengo claro que no me lo compraría tal y como es ahora.
Sí que lo aceptaría como regalo. Lo dejó caer, por si alguien quiere darme una sorpresa.