El paso del tiempo

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Cuando empecé a estudiar en la universidad me llevé una desilusión. Esperaba un lugar dedicado al intercambio de ideas, al aprendizaje. Bendita inocencia. Creo que saqué esa idea de El licenciado vidriera, pero hace ya tanto que no estoy seguro.

Una tarde de 1992, vagando por los pasillos de la universidad, escuché a alguien tocando el piano. La curiosidad me llevó al despacho de Jorge, un profesor al que no conocía. Su laboratorio era justo lo que necesitaba y estaba a disposición de todo aquel que tuviese alguna inquietud. Allí conocí a un grupo de gente muy maja.

De ese laboratorio salieron proyectos como Plimpicolín, gracias al que los discapacitados motores y del lenguaje podían conseguir que el ordenador hablase por ellos.

Plimpicolin

La foto anterior apareció publicada en el diario Hoy, el 29 de mayo de 1996. Aún recuerdo a Macro tachando su nombre con su apodo.

El laboratorio cerró sus puertas hace mucho tiempo, pero la fotocopia del artículo ha estado allí, pegada a la pared, hasta hace unos días… justo cuando la despegué y me la traje a casa.

No hago más que mirarla.